Costa Rica, Colombia, El Salvador
Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 11 abril, 2008
Arnoldo Mora
América Latina vive, a inicios del siglo XXI, lo que ya a finales del siglo XIX Martí llamaba “la segunda independencia”, entendiendo por tal aquella que sigue a la primera o rompimiento con el régimen colonial español. Esta “segunda independencia” constituye la definitiva ruptura con todo vínculo de dependencia, especialmente frente a la política imperial norteamericana, la que durante el siglo XX vino a llenar el vacío dejado por el colonialismo europeo.
Quien más duramente ha golpeado a la hegemonía yanqui en Nuestra América ha sido el Brasil de Lula, que ha sido más eficaz en la práctica que la encendida retórica de la Venezuela de Chávez. Principalmente dos han sido los golpes certeros propinados por Brasilia a Washington: en el campo económico, lo fue el entierro del ALCA en Mar del Plata (Argentina) y en el político-diplomático el que le acaba de dar en República Dominicana y, para que no cupiera la menor duda, en la posterior Asamblea General de la OEA a pocas cuadras de la Casa Blanca.
Pero “la caída del águila”, como diría nuestro Gagini, implica un golpe aún más fulminante para sus aliados de la región. Estos aliados se reducen ahora tan solo a tres: la Colombia del uribismo, El Salvador de Arena y la Costa Rica del régimen arista. Sin embargo, ante la humillación sufrida por Uribe en las cumbres continentales anteriormente citadas y ante la probable derrota de Arena a inicios del año entrante, solo queda la Costa Rica neooligárquica de los hermanos Arias.
Es por eso que Rodrigo ha movido con celeridad las piezas del ajedrez político. Ha removido de fea manera a Berrocal del Ministerio de Seguridad con el fin de evitar que los diputados le hicieran preguntas incómodas, pues el escándalo de la influencia del narcotráfico rebasa y con mucho a los presuntos vínculos de las FARC y salpica a la clase política tradicional de este país; luego manda de inmediato a su delfina y al canciller a Colombia para darle un poco de oxígeno al uribismo; hace que Laura se presente sin previo aviso a la Asamblea Legislativa, con la misión de hablar mucho sin decir nada; presiona a Tony para que nombre una comisión que no será más que un elefante blanco y, para culminar —por ahora— la tragicomedia, Oscar recibe oficialmente a Saca en una sorpresiva aunque oficial visita al país. De esta manera, se configura un eje diplomático militar bajo la sombra del alicaído poder imperial. (Nota: si alguien asocia el término “eje” con el que formaron Alemania, Italia y Japón antes y durante la II Guerra Mundial, quizás no sea un malpensado).
Tal es la respuesta que los sectores oligárquicos pretenden dar ante la alianza que se está gestando en América Latina entre los gobiernos de corte progresista y que toman más fuerza en la medida en que se acrecienta la crisis económica del mundo capitalista. Lo que el eje imperial teme es que se podrían estar gestando las “condiciones objetivas” para que se profundicen los cambios políticos en la región, sin que se deba excluir a priori a los propios Estados Unidos, que todavía no salen del embeleso provocado por la gran estrella de la política, el mulato Barack Obama… Ya lo dijo Don Quijote: “Cosas veredes, Sancho amigo”.
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