Desafío olímpico
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 28 mayo, 2008
Hablando Claro
Vilma Ibarra
Es difícil de creer, pero la era Carvajal, finalmente, concluyó. Que hubiera estado al frente del Comité Olímpico Nacional por casi 23 años no tiene nada de particular si tomamos en cuenta que en esa transnacional del deporte esa es la práctica común. Lo que es difícil de comprender es cómo, a diferencia de otros magnates del olimpismo —desde el muy conocido Señor de los Anillos hacia abajo— Carvajal no solo no pudo consolidar su feudo con una estrategia de acercamiento, distribución y reparto de la riqueza, sino que erosionó hasta lo inimaginable sus relaciones con seis gobiernos diferentes, aniquiló la mayoría de las alianzas con la empresa privada, se enfrascó en disputas palaciegas con asociaciones y federaciones deportivas y se enfrentó a un pequeño, pero valiente sector de la prensa que no se dejó amilanar.
Este, sin embargo, es un capítulo que aunque probablemente inconcluso, hay que darle vuelta de página.
Sobra decir que la prioridad inmediata son los Juegos Olímpicos de Pekín que —con el tiempo en contra— obligarán a dar paso forzado para asegurar las mejores condiciones posibles a nuestra delegación. En esto tenemos que ser realistas porque los márgenes de maniobra son reducidos. Por lo pronto, fue acertada la estrategia del hasta el lunes llamado grupo opositor, al haber nombrado un equipo de transición con el caballero Roberto Verdesia al frente. Estoy segura que ellos, con el soporte y la cohesión que ahora muestran asociaciones y federaciones sacarán adelante la tarea de la mejor manera posible.
Pero la verdadera prueba de fuego para nuestra organización olímpica vendrá después. Si bien es cierto la sola salida de Carvajal abre las puertas a la reconstrucción de las deterioradas relaciones con los deportistas, sus agrupaciones y las autoridades gubernamentales, esta oportunidad de oro solo podrá traer los beneficios que nuestro deporte merece si los nuevos líderes logran trascender legítimas aspiraciones personales —en una organización tan apetecible como el CON— manteniendo los pies muy bien puestos en la tierra y la mirada muy en alto en función de los mejores intereses del país.
En otras palabras, los dirigentes deportivos que llevaron adelante esta lucha y que hoy celebran legítimamente esta victoria política, no pueden olvidar que esperamos mucho de ellos. Que tienen la enorme responsabilidad de devolverle la credibilidad no solo al movimiento olímpico local sino a las esperanzas ciudadanas venidas a menos por tanta y tanta frustración de instituciones que no responden a los mecanismos de legitimidad y transparencia que las organizaciones públicas, privadas y no gubernamentales le deben a la democracia costarricense. Está en sus manos darle vuelta a la deplorable historia de las últimas dos décadas. Adelante, señoras y señores.
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