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COLUMNISTAS


El Co2 dicen los negacionistas es un gas que no contamina

Alberto Salom Echeverría [email protected] | Viernes 25 agosto, 2023


¿Cuál es el razonamiento de los negacionistas en boca de una de sus corrientes más fuertes?

El “negacionismo”, es el rechazo de un hecho histórico o de una evidencia que se consideran desagradables y crean malestar. Hay gente que se refugia en el negacionismo del cambio climático. A pesar de todas las evidencias que proporciona la ciencia, no son pocas las personas, ni poco influyentes, quienes niegan que el aumento desproporcionado del CO2 en la atmósfera es el factor fundamental responsable del calentamiento global que padecemos.

Una corriente del “negacionismo”, se destaca por levantar premisas que son verdaderas, para a partir de ellas extraer conclusiones totalmente falsas. Veamos, por ejemplo, una premisa verdadera como la siguiente: el CO2 ha sido y es positivo para el ser humano, puesto que las personas lo expelen de su organismo; el mismo elemento químico, es decir, el dióxido de carbono es recogido por las plantas en la tierra y en los océanos, para, mediante el proceso de fotosíntesis de las plantas, transformarlo en oxígeno. Este elemento a su vez es expulsado por el reino vegetal a la atmósfera, para que los animales lo reabsorban del aire y así llevarlo hasta los pulmones, en forma de oxígeno, a razón de 5 y 8 litros de aire por minuto. Luego, desde los alveolos ubicados en los pulmones se transfiere el 30% de cada litro a la sangre, aún cuando la persona esté en reposo, para reanimar la vida en un ciclo incesante, dador de vida entre el reino animal y el vegetal. Esta es la premisa verdadera número uno.

La conclusión falsa que los “negacionistas” quieren extraer de la premisa anterior estriba en sostener que, como es el propio organismo del ser humano a nivel celular (y el de otros animales) el que limpia la sangre y de ella se nutren para obtener oxígeno, descartando el CO2 a la atmósfera, y además este elemento químico regresa a las plantas para reiniciar el proceso de fotosíntesis, entonces mal se puede argumentar -nos dicen los negacionistas- que el CO2 es el contaminante principal que da cuenta del calentamiento global y el cambio climático.

La realidad que el negacionismo intenta desvirtuar.

El CO2 o dióxido de carbono, se convierte en el principal contaminante, responsable del calentamiento global, desde el momento en que se rompe un equilibrio fundamental, mediante el que se configura un intercambio entre oxígeno y dióxido de carbono. Esta ruptura del equilibrio químico entre los dos elementos que hemos mencionado es la que se da con el advenimiento de la época industrial a mediados del siglo XIX; en efecto, es a partir allí, que se comienza a producir en forma desproporcionada dióxido de carbono, altamente contaminante y de efecto invernadero proveniente en lo medular de los combustibles fósiles (carbón mineral, petróleo, gas natural y gas metano). Es debido a ello que se rompe el equilibrio preexistente con el oxígeno. Es pues, esta ruptura fenomenal del equilibrio entre los dos elementos mencionados, ambos en principio fundamentales para la vida, lo que da cuenta del calentamiento global y no simplemente la exhalación del dióxido de carbono por parte de los seres humanos y otros animales a la atmósfera, como lo plantean los negacionistas desvirtuando lo que realmente sucede.

En la realidad es el argumento negacionista, el que pretende desconocer el gran desequilibrio procesal, que se efectúa en la época industrial, cada vez en mayor intensidad entre el dióxido de carbono y el oxígeno. Esta corriente ideológica, falsea la realidad, ya que quiere asumir que la ciencia desconoce la importancia del intercambio entre oxígeno y dióxido de carbono, al postular que el dióxido de carbono se ha convertido en un elemento químico altamente contaminante. Es pues el argumento negacionista el que deviene rotundamente falaz, ya que pretende poner en boca de los científicos la peregrina idea de que el CO2 es malo ´per se´, por decir que se ha convertido en la época del industrialismo en un elemento contaminante, altamente tóxico, proveniente de la quema del carbón y los demás combustibles fósiles. Es en este instante donde queda plasmada la evidencia de que no es que el CO2 sea malo por naturaleza, la ciencia nunca lo ha expresado de esa manera; lo que está resultando desastroso, es su desequilibrio en el medio ambiente en la época industrial. En resumen y, en otras palabras, para decirlo una vez más, es la descomunal producción de combustibles fósiles: carbono, petróleo, gas natural y gas metano, o sea CO2 en demasía, lo que se ha convertido en la fuente más importante de producción de dióxido de carbono por parte del ser humano del industrialismo y es ello lo que ha dado lugar a los gases altamente contaminantes y de efecto invernadero.

Los océanos también capturan CO2 de la atmósfera y recogen en grandes proporciones los gases de efecto invernadero.

Esto han hecho y continúan haciendo los océanos, pero ya no pueden más, están exhaustos de los abusos de los seres humanos del industrialismo, el “industriae homo” hijo de la sociedad del desperdicio, de la sociedad que consume hasta lo innecesario y después descarta, bota para que otro u otra recoja; solo que ese otro no aparece, excepto que sea la naturaleza, transformada en receptora de todas las inmundicias, incluso de las que tardan milenios en degradarse como los fatídicos plásticos que se acumulan en los mares, o en las cuencas de los ríos, de los bosques devastados o desgastados también por efecto de la acción humana irresponsable; la naturaleza está agotada, e insisto la mar océano, es la superficie más extensa del planeta que está dando señales claras de que no puede más. Los ecosistemas marinos que han sostenido y multiplicado la vida de millones de especies han venido a menos rápidamente y muchas de estas especies, desde las más comunes hasta las más exóticas se han extinguido ya para siempre.

Podríamos estar en la fase inicial de una extinción masiva, como la que se produjo cuando se extinguieron los dinosaurios hace millones de años, por otras causas que no fueron antropocéntricas; es decir, no fue el ser humano como ocurre ahora el responsable de la extinción. Estamos viviendo en este planeta, como si tuviéramos otro adonde ir. Como lo expresa “El Libro de la Ecología”, un documento científico que, de una manera didáctica, también nos preconiza: “estamos jugando a los dados con el medio natural.”

¿Será posible desoír el llanto del planeta, la queja honda de los mares? Así será, mientras continuemos contaminando los océanos y toda la superficie terrestre, así será en el tanto sigamos convirtiendo a las cuencas de los ríos y a la mar océano en los vertederos de todo tipo de desechos, más peligrosos cuanto más lenta su degradación, como los plásticos, uno de los despojos más catastróficos, precisamente por la lentitud de su proceso de descomposición. Ellos son por eso mismo, responsables de afectar de un modo concluyente la vida de los ecosistemas marinos y de los ríos y con ello de los animales que los habitan y de una manera crucial del planctum, plancton o planctón. (del griego). Quiere decir, “comunidad de animales acuáticos vivos que existen tanto suspendidos en la columna de agua o flotando cerca de la superficie con poca o ninguna locomoción. Estos organismos están a la merced de las corrientes y vagan donde quiera que el flujo de agua los lleve.” El planton o fitoplancton es la base de la pirámide trófica, o sea es la base de la nutrición, del ecosistema marino. Así de simple. En virtud de la energía solar genera materia orgánica, por lo que el fitoplancton se convierte en el productor primario de la cadena alimentaria. Los derrames de petróleo y otros contaminantes han ocasionado enormes daños a los ecosistemas marinos, en particular al fitoplancton, con lo cual, como es fácilmente deducible, se interrumpe abruptamente el ciclo de la cadena alimentaria. Un verdadero desastre ecológico.

En consecuencia, en los océanos se ha dado también esta ecuación de intercambio de CO2 por Oxígeno en forma equilibrada a lo largo de millones de años, facilitando de manera natural la evolución de innumerables especies marinas mayores y menores; este intercambio ha sido esencial para los ecosistemas dadores de vida marina. Cuando se produjo la extinción masiva de los dinosaurios en la tierra y de otras especies de animales y plantas en el mar, el ser humano no existía. Fue en virtud de un nuevo equilibrio ecológico, que le costó al planeta muchos otros millones de años de evolución, que renació la vida en toda su enorme y rica biodiversidad, hasta la aparición del ser humano sobre la faz de la tierra.

El ser humano no es malo por naturaleza, ni es malo por producir CO2.

En realidad, la maldad o la bondad no existen por sí mismas; son una construcción humana, un “constructo” dicen la sociología y la antropología cultural. La bondad esta asociada a la ética del buen vivir en sociedad. La maldad es su contrario, es el desarrollo del espíritu destructivo en la especie humana, son las guerras desenfrenadas, es nuestra capacidad desarrollada de producir polución en la atmósfera terrestre y en muy poco tiempo destruir mucho de lo que le ha costado al planeta millones de años de evolución.

El “negacionismo” descontextualiza el fenómeno del cambio climático que se produce hoy, responsable del calentamiento global de la atmósfera, de la temperatura de los océanos con todas sus secuelas. Los eventos extremos que estamos viviendo a causa de ello, los ciclones y tormentas cada vez más frecuentes e intensos, el vertiginoso derretimiento de los casquetes polares y la consiguiente subida del nivel de las aguas oceánicas, son, como lo ha dicho el teólogo Leonardo Boff, parte de nuestra responsabilidad ética y política. Por otro lado, los enormes incendios, provocados o no por la mano humana, que están consumiendo muchos de los bosques, valles y montañas terrestres, por aquí, por allá y por acullá, son consecuencia del calentamiento global que lleva en sí la impronta de los seres humanos de la época industrial. Las lluvias torrenciales por otro lado, que acarrean el grave desbordamiento de ríos de sus cauces y se van revolcándolo todo, deambulando por doquier atropellando pueblos y ciudades, desbaratando sembradíos y sembrando en cambio a su paso indecible sufrimiento, el terror y el pánico en poblaciones enteras y ocasionando daños inconmensurables, con frecuencia irreparables en la vida de los seres humanos, de animales y plantas, constituyen gran parte del desafío que nos corresponde arrostrar como humanidad, en respuesta a la acción depredadora del “industriae homo”.

Sí, lo digo dolorosamente, es el “hombre” el principal responsable esta vez, del cambio climático, pero el “hombre industrial”, mejor dicho, son las grandes corporaciones multinacionales productoras de hidrocarburos altamente contaminantes de la atmósfera, de los ecosistemas marinos y terrestres, de la vida en la contemporaneidad. Aunque todos y cada uno de nosotros, dejamos también a nuestro paso una huella ecológica, de la que tampoco nos hemos predispuesto a hacernos cargo.

Frente a todos estos fenómenos nuevos, propios del industrialismo desenfrenado, nos corresponde asumir un compromiso ético, especialmente con los más postergados y afectados por los desastres ecológicos de nuestra época. La nueva ética consiste en asumir colectivamente el reto de forjar un nuevo estilo de vida más solidario, más austero y frugal. Debemos aprestarnos a abrir paso al desarrollo de nuevas industrias no contaminantes, o mucho menos contaminantes que la ciencia ha dado en llamar “industrias limpias”. La ética moderna nos impele a confrontar el cambio climático como el mayor reto de nuestra época. “Salvad la biosfera y podréis salvar el mundo” nos pregona con sabiduría también el “Libro de la ecología”.

Como puede verse, es una verdadera majadería de los negacionistas, creer que alguien pueda culpar al ser humano por expeler anhídrido carbónico a la atmósfera, mucho menos a la ciencia. La exhalación de CO2 y la consiguiente inhalación de oxígeno es parte consustancial de nuestro proceso de vida. Convertir algo tan elemental desde tiempos inmemoriales en una cuestión objeto de discusión, como hacen los negacionistas, es en fin una tontería. Pero, una tontería que tiene poseídos a muchos gobernantes incultos, e inclusive algunas veces hasta falsos intelectuales y profesionales que no parecen haber aprendido nada. Finalmente, lo que resulta inverosímil es que se pretenda negar la contaminación de la atmósfera, por medio de gases de efecto invernadero producidos básicamente por la industria moderna, mucha de la cual sigue aferrada a los combustibles fósiles. La única explicación para ello es politológica, los super empresarios que las fomentan están asidos a los intereses y gigantescos recursos pecuniarios o de cualquier otra índole que estos negocios les generan, aunque estén como nadie destruyendo la vida sobre la Tierra. Por lo tanto, la confrontación es de orden político, educativo, cultural. Si somos incapaces de situar el fenómeno del calentamiento global en su contexto, y vamos a seguir, a la manera de Trump o Bolsonaro y lamentablemente al modo de tantos otros gobernantes de pacotilla como el que aquí tenemos; si además sigue habiendo una caterva de gente sin consciencia detrás de ellos, aviados estaremos; tendríamos que “apagar las luces” y sentarnos a esperar que nos abrace la muerte colectivamente. No será así, la esperanza nunca morirá. Estamos listos a reemprender la lucha una y otra vez, sin fatiga, levantándonos tras un tropiezo cuantas veces sea necesario, porque otro mundo es posible, más prometedor, más humano, más solidario, con menos orgullo y más humildad, menos predispuestos a seguir guerreando entre las naciones y más proclives a buscar soluciones pacíficas a los conflictos, que las hay; mejor dicho, tiene que haberlas, porque el tiempo apremia.

Alberto Salom Echeverría.

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