El fútbol como espejo
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 14 mayo, 2008
Hablando Claro
Vilma Ibarra
A propósito de un cuestionamiento ético que se le formuló a un técnico argentino, este admitió su debilidad recordando que fácilmente “uno salta una reja para robar una manzana”. Fue una manera de minimizar la falta, porque desde luego hay caprichos más serios que sustraer una manzana, pero en términos del denominado deporte rey, el punto es que cuando los protagonistas traspasan las verjas éticas, las repercusiones alcanzan prácticamente a toda la sociedad. Dicho de otro modo, el fútbol, tal y como se proyecta hoy, sirve para engrandecer y para envilecer. Eso significa que los valores del deporte (la sana competencia, el juego limpio, la superación personal, el sacrificio, la disciplina, el pundonor y la transparencia en las relaciones) son parte de la vida, del mismo modo que sus antivalores (el juego sucio, la plata fácil, la amenaza abierta o velada, el soborno, la extorsión, la codicia y la avaricia, entre otras malas prácticas). Ciertamente algunas de ellas no son ilegales, pero sí inmorales. O al menos impropias. Por eso, lo que hace o deja de hacer un deportista (rige por supuesto para un dirigente del deporte) es tan importante como reflejo de la realidad social.
El fútbol se organizó hace dos siglos para contribuir a la superación moral e intelectual de los seres humanos y tal vez el mejor exponente de ese espíritu fue el Premio Nobel francés Albert Camus, quien habiendo sido jugador de fútbol en su natal Argelia dijo que “lo mejor que sé sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol”. ¿Eran otros tiempos? Sí. ¿Eran otros valores? No.
Lo que ha cambiado es esa apropiación relativizada de los principios éticos y morales. Una apropiación que es complicada porque resulta que lo que es bueno para unos no lo es para otros y viceversa. ¿Y para qué entonces debatir sobre ello cuando vivimos en tiempos de un oportunismo sin límites que deja de lado los principios universales del deber ser por un poco más de dinero? Simplemente porque no podemos abandonar el campo del juego limpio. No podemos permitir la invasión de la cancha.
Por eso lo sucedido con los jugadores de la Liga Deportiva Alajuelense nos ha dejado un mal sabor de boca. No solo fue decepcionante la forma en que los jugadores justificaron su conducta relativizando (tergiversando) conceptos básicos sobre ética y transparencia, sino que para terminarla de empastar la junta directiva optó por una puerta trasera de salida para evadir su responsabilidad de “sentar un (verdadero) precedente”, todo con el propósito de que “los muchachos” no fuesen perturbados del objetivo supremo de lograr un nuevo título.
El punto es que si el fútbol es espejo de la realidad social, lo ocurrido no hace más que recordarnos cuán lejos estamos en nuestra resquebrajada sociedad de abrazar normas éticas y morales que nos lleven por sendas de mucho mayor crecimiento personal y colectivo. Será por eso que tanta gente justificó el hecho argumentando que recibir dinero por debajo de la mesa por ganar un partido no constituye falta según los reglamentos de la biblia FIFA.
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