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COLUMNISTAS


La Tierra, el planeta que todos deberíamos salvar

Alberto Salom Echeverría [email protected] | Viernes 28 abril, 2023


(En honor al día de la Tierra)

“Ver a la Tierra tal como es realmente,

pequeña y azul y hermosa en ese silencio

eterno en el que flota, es vernos a nosotros

unidos como tripulantes de esa Tierra,

hermanos en esa brillante belleza

en el frío eterno; hermanos que ahora saben

que verdaderamente lo son.”

Archibald MacLeish.

Esta famosa instantánea de Nochebuena fue el inicio de cinco décadas de concienciación sobre la belleza y la fragilidad de nuestro planeta. Cortesía/La República.

Esta famosa instantánea de Nochebuena fue el inicio de cinco décadas de concienciación sobre la belleza y la fragilidad de nuestro planeta. Cortesía/La República.

Archibald MacLeish, poeta inmenso, poeta verde que un día después de que se hubiese tomado una de las fotografías más hermosas jamás vista antes, al menos por la inmensa mayoría de los seres humanos, escribió inspirado, tras haber divisado en una impresión fotográfica majestuosa, al planeta Tierra en todo su esplendor, en su magnífica belleza, las palabras que he estampado al inicio de este ensayo. Esas palabras son por tanto, el producto de una mente sensible y privilegiada como la del poeta MacLeish. Hago una digresión que me aparta someramente del propósito de este ensayo, con el fin de presentar al poeta y su ambiente. MacLeish es de origen estadounidense nacido en Glencoe, Illinois en 1892 y fallecido en Boston en 1982. Se formó como profesional primero, nada menos que en la Universidad de Yale, y luego, como si no hubiese tenido suficiente con ello, estudió también en la Harvard Law School. Apertrechado de suficientes conocimientos e inspiración lírica, debió migrar a París, adonde se radicó junto al círculo de literatos expatriados de los Estados Unidos, de la talla de Gertrud Stein, Ernst Hemingway, F. Scott Fitzgerald, y John Dos Passos. Por añadidura, compartió su experiencia literaria, artística y de vida, con el pintor cubista francés Fernand Léger, con el prolífico poeta, dramaturgo, pintor y director de cine Jean Cocteau y el gran pintor español, del movimiento artístico cubista igual que Léger; también departió con Pablo Ruiz Picasso, a quien hemos conocido como Pablo Picasso. Pintor excelso, pacifista y comunista a la vez. Creador por supuesto de “El Guernica” en 1937, su obra más famosa.

“El Guernica”, contiene una combinación de elementos cubistas y expresionistas que la han hecho única en su género. Aunque hay versiones variadas acerca de qué trata la obra, la más difundida cuenta que Picasso se inspiró en un episodio de la Guerra Civil española, en el que, la población de Villa Vasca, Guernica, fue bombardeada por la “Legión Cóndor” de la aviación Nazi, apoyada por la aviación italiana del creador del fascismo, Benito Mussolini. Hubo 127 fallecidos, lo que conllevó la indignación popular e internacional. Otra versión apunta más bien a que el Guernica es una obra autobiográfica. Lo cierto del caso es que, todos ellos fueron los amigos y contertulios del sensible poeta MacLeish. (CFR. https://www.culturagenial.com/es/cuadro-guernica-de-pablo-picasso/)

Volviendo al cause, no pretendo reemplazar con lo dicho, la magnífica fotografía que fue la que inspiró a nuestro poeta. Cuánto me gustaría que el periódico La República en su versión digital, pudiese insertar la fotografía mencionada, perteneciente, de acuerdo con Al Gore, al novel astronauta Bill Anders. (Cfr. Al Gore. “Una Verdad Incómoda.” Editorial Gedisa S.A. Barcelona, España, 2007: Tengo el placer de tener la edición).

Aquel fue, el primer instante en el que la nave, el Apolo 8, dejó atrás la fase oculta de la Luna. La que jamás un ser humano había divisado. Los astronautas a bordo, según lo planeado, se habían insertado en ella, provocando que, hasta los principales responsables del viaje espacial en tierra, hubiesen prácticamente llegado a perder el aliento, porque como es obvio, perdieron el menor contacto con sus compañeros, incluidas por supuesto, las ondas de radio…De pronto, aparecieron de nuevo en plenitud de condiciones, aquel fue el momento preciso en el que, a la tripulación le apareció de súbito la visión más excelsa que nunca habían experimentado: El planeta Tierra en toda su magnífica majestad. Poco después este se convirtió en un nuevo trance que dejó atónitos a todos, en cuanto la primera toma llegó hasta la retina de los científicos en primer lugar y luego, del mundo entero.

El acontecimiento marcó un antes y un después para la mayor parte de la humanidad. No tengo mejores palabras para expresar el salto cualitativo que dio la conciencia humana, que retrotraer la forma como lo expresó en su impecable libro Albert Gore. Antes de citarlo debo decir que, Albert Gore se desempeñó como vicepresidente de los Estados Unidos primero y fue candidato a la presidencia después, en el año 2.000. Muchos entendidos en el proceso electoral de los EE. UU. sostienen fehacientemente, que esas elecciones fueron fraudulentas contra Al Gore; de cualquier manera que haya sido, es por entero cierto que, en el voto popular, Gore superó a George W. Bush. Por otra parte, Gore también fue galardonado al Panel de las Naciones Unidas sobre el clima (IPCC), por sus esfuerzos en contra del calentamiento climático, y finalmente, lo nombraron premio Nobel de la Paz en el 2007. El exvicepresidente expresó ese salto portentoso que dio la humanidad de la siguiente manera: “…dos años después de que se tomara esta fotografía, nacía el movimiento ecologista. Ley del Aire Limpio (Clean Air Act.), la Ley del Agua Limpia (Clean Water Act.), la Ley de Política Medioambiental Natural (Natural Environmental Policy) y el primer Día de la Tierra [y remata diciendo], todo ello tuvo lugar en unos pocos años a partir de que viéramos esta fotografía por primera vez.” (Ibidem.) Todo lo que acabo de citar, ocurrió en los Estados Unidos, pero, poco después tuvo un gran impacto en el mundo entero.

En realidad, fue más que eso; se consumaron hechos nuevos en todo el mundo, producto de una nueva conciencia universal. Surgieron como nunca librerías por doquier, para alimentar la cultura; cundieron científicos, unos ciertamente se pusieron al servicio de las grandes empresas transnacionales, irremediables depredadoras del mundo por su industria extractiva de hidrocarburos, las cuales solo pueden producir “progreso” jalonado a la vez de una contaminación sin precedentes: el dióxido de carbono o gases de efecto invernadero; pero por otra parte, proliferaron en todas las universidades, los que con sus investigaciones desarrollaron el conocimiento de la ecología, de la industria limpia, los protectores de los mares, los que nos han hecho ver el papel que juegan los bosques exuberantes y los océanos limpios en la regeneración del planeta. Otros nos han hecho ver que existe la posibilidad de un desarrollo sostenible o sustentable con la Naturaleza.

Sin embargo, pocas cosas son tan volátiles y evanescentes como la conciencia. Ella alcanza un determinado umbral de desarrollo, para luego, estancarse por mucho tiempo, o bien retroceder total o parcialmente. Esta conciencia empezó paulatinamente a percatarse en unos lugares más apresuradamente que en otros, del inmenso poder acumulado por el ser humano merced al desarrollo de la tecnología, hija a su vez del modelo industrialista en su fase más desenfrenada. Hay que decirlo claramente, el “progreso” humano, escrito así entre comillas, hijo de ese industrialismo, ocurrió ciertamente primero y de la manera más connotada en el sistema capitalista voraz, pero también se produjo en un sistema socialista (el llamado “socialismo real”), que tampoco supo o no quiso poner freno a la forma como aquel “progreso” creaba por un lado bienestar, sobre todo en los sectores más opulentos de la sociedad contemporánea, mientras por otro lado, fue consumiendo cada vez más, y aun no se ha detenido, de manera desaforada la mayor riqueza del planeta: sus océanos que, junto a los bosques habían sido proveedores perennes del oxígeno limpio, imprescindible para la vida de todas las especies.

Me pregunto todos los días de mi vida, desde que cobré conciencia del embrollo universal en el que estamos sumergidos por el calentamiento global y el cambio climático, ¿cómo salvar a este planeta azul inigualable que nos da la vida? ¿Cómo redimirlo de la destrucción a la que lo venimos sometiendo con rapidez, esta vez a causa de nuestra forma de producir y convivir, de las guerras que no cesan, de la indolencia con la que una gran parte de la humanidad se sigue comportando ante las secuelas del calentamiento global, a pesar de que la amenaza de poner en severo riesgo la vida en su integralidad, la tenemos a la vista, treinta años no más? Pienso con frecuencia que, como humanidad, estamos de espaldas a una realidad compleja, por lo que no hemos tomado buena cuenta del enorme peligro que tenemos enfrente, nada menos que la posible extinción de la vida, sobre la Tierra. La vida en ella debemos salvarla entre todos. Corresponde decirle al poeta Archibald MacLeish, no nos estamos viendo como tripulantes unidos de esta Tierra, aún no. Tampoco nos sentimos hermanos en esta brillante belleza, en el frío eterno. ¿Podremos llegar a sentirnos hermanos alguna vez, para enfrentar la terrible amenaza de nuestra extinción como especie?











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