Buy American
Pedro Oller [email protected] | Martes 10 marzo, 2009

Pedro Oller

La premisa era über-sencilla: Para salir del atolladero, hay que comprar a los productores locales, los que generan empleos para los nuestros, los que usan nuestras materias primas, los que impulsan nuestra economía. El nuestro se reduce al territorio estadounidense.
Es por eso que, frente al supuesto, nosotros nos quedábamos al margen. Si nuestro principal mercado decide solo comprar cosas que se produzcan en su territorio, los augurios en medio de la crisis resultan devastadores. Peor que un terremoto (desvarío para preguntar ¿Telenoticias sigue unitemática?) en Cinchona con consecuencias para todo el país.
Había que correr y prender las luces de alerta, pero nadie lo hizo. El Gobierno no hizo anuncios, no dictó medidas, no se curó en salud. La oposición no criticó la falta de posición oficial, no lucró con el descalabro que se avecinaba. Las cámaras no emitieron criterio. Los sindicatos no se quejaron o llamaron a huelga, sencillamente no se pronunciaron.
¿A qué podemos atribuir tal paz colectiva? Pues resulta que el Senado de Estados Unidos modificó con prontitud la propuesta, que había recibido la crítica inmediata de otros socios comerciales más grandes que nosotros, por proteccionista y capaz de desencadenar una guerra comercial. ¿Y la solución? Muy sencilla: Estados Unidos se compromete a respetar, a pesar de su política Buy American, las obligaciones internacionales asumidas en tratados comerciales similares al Cafta.
Hace solo unos días, el presidente Obama visitaba Canadá para ratificar que su administración mantiene la política comercial de sus antecesores. Y el primer ministro canadiense, Stephen Harper, recordaba los beneficios que ha tenido el Nafta para las tres naciones involucradas con una advertencia: “si perseguimos paquetes de estímulo, cuyo único propósito es el beneficio unilateral... profundizaremos la recesión mundial sin resolverla”.
Don Ottón andaba en Washington y ni siquiera tuvo la delicadeza de contarnos al respecto. Perdió una oportunidad de oro para dar continuidad a su mensaje que, como el de cierto telenoticiero, cansa. Seguro estaba muy ocupado viviendo el discurso de Obama, del cual nos narró en página 15 que sospechosamente se le cede, e insistiendo en la renegociación del tratado con quien le escuchara en medio de la pachanga.
Doña Laura también andaba y no tuvo a bien señalar los beneficios de adherirnos, ¿hace cuántos días apenas? a un tratado comercial que, en medio de los momentos de crisis, nos salvaguarda compromisos fundamentales para seguir el curso. Quizás porque eso suena mucho al discurso arista del Capitán y hoy, el laurismo y el arismo no coinciden salvo en terminación.
Para quienes defendimos no solo la necesidad del acuerdo, sino también su conveniencia y su imperio producto del voto popular, la noticia no puede ser más alentadora. No nos equivocamos.
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