Colapso
Marcello Pignataro [email protected] | Lunes 20 abril, 2009
El pasado jueves 2 de abril las calles de San Pedro colapsaron. Alrededor de las 6.30 a.m. dos buses colisionaron, de costado, en el lado este de la rotonda de la Hispanidad, en el sentido San José-San Pedro y aquello fue el caos.
Como me tocó ser víctima de la enorme presa y la enorme descoordinación que existe en los cuerpos policiales de este país, tuve tiempo suficiente para reflexionar acerca de esta situación como tema para mi columna de hoy, aprovechando que no pierde vigencia en el tiempo, dado que es una constante en Costa Rica que las principales —y no tan principales— vías de comunicación colapsen por el simple hecho de que dos vehículos se rocen en la calle.
Aparte de comprobar la pésima educación vial que reina en el gremio de los choferes de bus, fue evidente y palpable que este sigue, en muchos campos, siendo el país del “porta mí”. Duré exactamente 45 minutos en llegar desde el Banco Popular en San Pedro hasta la dichosa rotonda y no vi un solo oficial de tránsito ni levantando el parte correspondiente, ni regulando el tránsito… ni siquiera haciendo partes por placa restringida.
Hará casi un año un autobús me colisionó por detrás en la misma calle, frente a Bagelmen’s específicamente, y, pese a que el choque ocurrió a las 7 a.m., no fue sino hasta las 9 a.m. —aproximadamente— que el oficial de tránsito se dignó aparecer y pudimos mover los vehículos. Posiblemente mi querida madre sufrió bastante ese día, gracias a los piropos silenciosos de la mayoría de conductores que llegarían tarde a sus labores, pero ni es culpa mía, ni del chofer del autobús que las leyes de este país obliguen a dos conductores a no mover sus vehículos ni medio centímetro hasta tanto el tránsito se apersone al lugar de los hechos.
No sé si las calles de este país se hicieron pequeñas para tanto carro, si el crecimiento de la flotilla vehicular ha superado (por mucho) la construcción de infraestructura vial (debido a la enorme, cansina y tortugosa burocracia que nos gobierna y que nadie pareciera querer eliminar) o si es una combinación de ambos factores. El asunto es que la obsolescencia nos gobierna, nos oprime y nos cierra el paso al progreso.
La restricción de placas ha demostrado no servir para mucho y ha perdido su intención original de ahorrar insumos al país. Ahora que RECOPE ha informado que devolverá a los usuarios las utilidades del año pasado, por un monto estimado en ¢80 mil millones, sabemos que el precio de los combustibles se mantendrá estable hasta que termine el año.
La finalidad de la restricción de placas ahora es (¿o siempre ha sido?) recaudar lo más que se pueda por concepto de multas. Aunque la Sala Cuarta haya detenido el cobro, no se ha disminuido la confección… Y es que si por lo menos uno las viera invertidas en algo.
Una columna reciente de Andrés Oppenheimer decía que uno de los países que estaban encaminados más rápidamente hacia el Primer Mundo era Costa Rica. No pude menos que esbozar una pequeña sonrisa cuando leí esa afirmación.
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