Contaminados de humanidad
Rodolfo Piza | Miércoles 07 octubre, 2015

Una sociedad justa no se construye abstrayendo a la persona de su humanidad, sino afrontándola
Contaminados de humanidad
A los 15 años probó sus primeras drogas y se enganchó a ellas de manera insoportable para él y para su familia, pero después no nos percatábamos de ello, porque se había ido a vivir a fuera del país. Cuando él tenía 35, llamé a su madre, mi tía, para contarle que me iba a trabajar a Nueva York y que querría volverlo a ver, para que me aconsejara sobre la vida en su ciudad.
Tan pronto llegué, fui a buscarlo. Vivía en un barrio decadente de Manhattan, en una especie de bunker. Al bajar del taxi, caminé cien metros entre gentes malolientes, mal vestidas y deprimidas, y llegué a su habitáculo, un cuartucho de mala muerte en un semisótano.
A la entrada del edificio, unos tipejos y una mujer inyectándose a vista y paciencia de todos (de hecho, a la mujer le guindaba una jeringuilla y parecía adormitada sobre la escalera).
Salió contento a saludarme y fuimos a tomar café. Luego me contó que estaba en tratamiento con metadona (un programa de la ciudad para sacar drogadictos de las calles y del delito) y que había conseguido trabajo. Le conté que venía a vivir con mi familia. Encontré vivienda en un suburbio de Nueva York y como tenía un apartamento anexo, me pidió que se lo subarrendara: que le encantaría tener a la familia cerca. Durante ese tiempo, trabajó y se cuidó de no violar las reglas del tratamiento. Conversamos mucho y disfrutó enseñándonos los más inusuales restaurantes y esquinas de la gran ciudad.
Cuando, un año y medio después, decidí volver a San José, se decidió a regresar también. Al llegar, pasó por un tratamiento de desintoxicación y con la ayuda de sus padres inició sus estudios de psicología y se graduó unos ocho años después en la UCR. Luego consiguió trabajo en la Clínica de Los Santos (en Tarrazú).
Aunque su trabajo fue de psicólogo general, su vocación fue el tratamiento de los adictos al licor o a las drogas. Impulsó y sembró asociaciones de Alcohólicos y de Narcóticos Anónimos donde pudo y aconsejó sobre el peligro de los vicios, pero sobre todo a sobrellevarlos y superarlos diariamente, como lo hacen también miles de hombres y mujeres anónimos en este país de Dios.
Era un hombre contaminado de humanidad. Tan contaminado como para no negar su condición humana, patética y sublime a la vez. Tan débil como para sucumbir a las tentaciones y tan fuerte para enfrentarlas.
En los tiempos que corren, algunos pretenden exaltar la pureza en una vida austera, ausente de vicios. Yo prefiero exaltar la pureza de aquellos que son capaces de superarse a sí mismos y salir del abismo.
Admiro, por supuesto, a quien es capaz de no sucumbir a los vicios, pero admiro mucho más a quienes habiendo caído en ellos, saben enfrentarlos y ganarles las batallas diarias a las que quedan sometidos. Su persistencia en la sobriedad es un verdadero acto de valentía.
Una sociedad justa no se construye abstrayendo a la persona de su humanidad, sino afrontándola.
Rodolfo E. Piza Rocafort
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