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Una agricultura sin instrumentos

Juan Manuel Villasuso [email protected] | Martes 30 junio, 2009



Dialéctica
Una agricultura sin instrumentos

En las últimas semanas he tenido la ocasión de volver a conversar con amigos y especialistas sobre el que fuera un tema al que le dediqué, con gran entusiasmo, los primeros años de mi vida profesional y del cual no me he divorciado, aunque me haya alejado de su cotidianidad: la agricultura y la política agropecuaria.
A pesar de los cambios que se observan tanto en el contexto internacional como en el costarricense, lo cierto es que los grandes objetivos y metas de la política agrícola no se han modificado significativamente en los últimos años.
Competitividad, sostenibilidad y equidad siguen siendo los vértices del “triangulo de oro” que configura las acciones orientadoras del desarrollo agropecuario. Sin embargo, pareciera que no siempre existe suficiente claridad en cuanto a la forma en que esos tres grandes objetivos deben ser promovidos desde las instituciones estatales y, sobre todo, cuáles son los instrumentos que se pueden utilizar para afectar el comportamiento de los actores y las condiciones de mercado.
Es un hecho lamentable, pero cierto, que la agricultura, a pesar de su importancia económica como actividad productora de alimentos y de insumos, lo cual incide en el bienestar de los agricultores y consumidores y sobre la producción industrial; y de su relevancia social como factor enlazado con el desarrollo rural, merece poca atención de quienes toman las decisiones macroeconómicas, las cuales definen, en gran medida, el desempeño sectorial.
Con el transcurso de los años las instituciones del sector público agropecuario se han visto afectadas no solo por reducciones presupuestarias y la salida de funcionarios capaces y experimentados sino también, y esto es muy importante, por la pérdida de instrumentos para hacer política pública y para ejecutar medidas concretas de apoyo a la producción, la productividad, la seguridad alimentaria, la armonía con la naturaleza y el mejoramiento de las condiciones de vida de la población rural.
Instrumentos que eran considerados válidos como herramientas de política como la fijación de precios, la compra-venta de alimentos por parte de organismos de comercialización estatales, el establecimiento de aranceles para proteger la producción nacional, las cuotas de importación y exportación con el fin de garantizar el abastecimiento interno y las tasas de interés preferenciales, entre otros, han desaparecido del arsenal de las autoridades gubernamentales, ya sea por renuncia expresa en acuerdos comerciales y compromisos con organismos financieros supranacionales o por la deslegitimación que le confiere la ideología de mercado prevaleciente.
Mas allá de los aspectos positivos o negativos que se le puedan atribuir a esos instrumentos de política, lo cierto es que su desaparición no ha estado acompañada por el surgimiento de nuevas herramientas que sean útiles para alcanzar de manera efectiva los objetivos enunciados.
Así las cosas, se diseñan y discuten políticas cargadas de buenas intenciones y sesudos análisis pero que resultan irrelevantes porque no están acompañadas de instrumentos adecuados para poder ejecutarse.
Es por ello que las autoridades oficiales, la academia, los actores del agro y los organismos internacionales de cooperación deben examinar con seriedad las fórmulas y herramientas que pueden emplearse de manera válida para poder concretar, eficazmente, los objetivos de competitividad, sostenibilidad y equidad de la política agrícola.

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