Nota de Tano
Gaetano Pandolfo [email protected] | Lunes 13 mayo, 2013

Los arbitrajes perjudicaron al Saprissa.
Pero sería engañoso para la familia morada creer que fueron los silbateros los que los sacaron de la final.
Si bien es cierto en los juegos ante Cartaginés, no se sancionaron dos acciones que debieron ser penal y ayer se anuló un gol en circunstancias extrañas, pues nadie sabe qué vio Henry Bejarano para anularlo, en el fondo la descalificación habrá que buscarla en otras rutas.
Una de las principales causas de la calificación del Cartaginés, se dio por el trabajo de los técnicos, hombres educados, incluso grandes amigos. Se puede afirmar que estratégicamente Javier Delgado le ganó la partida a Ronald González por diferentes razones.
Fue fundamental para el éxito de los brumosos, el planificar los dos partidos aferrados a la ventaja deportiva, básicamente porque El Sheriff tenía suficiente mano de obra para jugar por ella. A cualquier entrenador se le puede caer, no un partido cualquiera, porque estamos hablando de una semifinal, si cambia por diferentes razones a tres hombres de su cintura, parte medular de cualquier formación.
Cartaginés formó en el Saprissa con Danny Fonseca, Eduardo Valverde y Paolo Jiménez y en el Fello Meza con Randall Alvarado, Esteban Sirias y Hanzell Arauz y como si nada. Mérito sin duda de jugadores y cuerpo técnico. Solo imagínense al Saprissa sin Tejeda, Golobio y Estrada, por ejemplo.
De manera que las intenciones azules fueron muy claras desde el primer minuto del juego de ida. Se jugó con calculadora en mano, con concentración de metal de cada uno de los hombres uniformados, con tareas tácticas y misiones específicas individuales y colectivas que el Cartaginés mantuvo y sostuvo por dos partidos consecutivos, todo un mérito del grupo.
Esa disciplina táctica, combinada con los yerros arbitrales y unida a las limitaciones de un Saprissa que solo sabe jugar por un costado del ataque fueron minando las buenas intenciones de los morados de buscar esa anotación de más que le diera otro entorno a la semifinal. Lamentablemente para su masa de seguidores, no apareció el remate que volcara la balanza; el reloj los fue mutilando y nublando y cuando alguno creyó que el latigazo iba a la red, Luis Torres, un joven con alma de congelador y puños de acero, dijo que no, y que no y que no, como lo apunta Luis Fernando Rojas en su crónica.
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